PROCESOS
SOCIALES Y MOVIMIENTOS ETNOPOLÍTICOS EN TERRITORIOS INDÍGENAS Y CAMPESINOS*
Rafael Sevilla Zapata*
La Sierra Norte de Puebla está conformada por
cadenas montañosas formadas a lo largo de los siglos, agrestes, infinitas y sin
límites a veces, pero otras marcadas por una orografía salvaje donde las
piedras basálticas terminan violentamente dando origen a lomas pronunciadas,
barrancos sorpresivos y cañadas infranqueables.
Los totonacos, los totonaku, fueron los primeros en fundar el chuchutsipi (territorio político-religioso); con la conquista nahua olmeca-xicalanca y mexica-chichimeca después, los nahuas lograron apropiarse de una parte de ese territorio y formaron los altepemes, núcleos territoriales marcados por un dios patronal y con características políticas propias; comandados, además, por un señor.
Posterior a 1492, esa organización
territorial se rompió pero a su vez dio lugar a la nueva organización
político-religiosa que los españoles impusieron basándose en las predecesoras
totonacas y nahuas. Así, éstos fueron congregados en pueblos alrededor de
campanas, que modificaron ese territorio espacial y simbólicamente.
El arribo del liberalismo a la sierra,
consistió en una negociación con los caciques locales que fueron los encargados
de transformar de nueva cuenta el territorio de pueblos religiosos, a una
concepción político administrativa de pueblos, municipalidades, municipios y
juntas auxiliares. En esta época el territorio simbólico fue transgredido por
completo al presionar al resto de población dispersa de la sierra a vivir en
localidades al tipo español, la construcción de edificaciones oficiales, sedes
del poder liberal, la construcción de plazas para el ejercicio de los rituales
cívicos y la delimitación de calles.
Las
Reforma es el punto culminante al permitir las adjudicaciones de terrenos del
común en beneficio de los mestizos liberales que acapararon terrenos y promovió
la pequeña propiedad entre la mayoría de pueblos de la sierra.
En estos contextos, brevemente descritos, los
indígenas han sido utilizados, como en el caso de los batallones participantes
en la Batalla de Puebla, pero pocas veces han protagonizado luchas en defensa
de sus territorios. Pero ahora, la globalización también está cambiando esas
situaciones.
Este contexto general histórico es el punto
de partida para hacer un cuestionamiento importante en la actualidad: ¿cómo
conciben y defienden su territorio las comunidades de la sierra norte de Puebla
en la rapaz era de la globalización?
Partamos del hecho de que
los pueblos originarios están arrastrados por una globalización continental y
planetaria de la comunicación que hace más difícil la perpetuación de su
especificidad cultural. Los medios de comunicación de masas (sobre todo la
televisión) alcanzan hoy las áreas más remotas, desplazando las cosmovisiones y
los sistemas de valores indígenas con mayor eficacia que la evangelización y la
escolarización de antaño.
Más allá de esta terrible amenaza, hay en la
vida cotidiana de muchas comunidades de la sierra una constante pretensión de
despojo, o para decirlo en términos llanos, lo que se conoce como la acumulación capitalista por desposesión.
Pues esta región del estado de Puebla es inmensamente rica tanto cultural como
en recursos naturales.
Permítanme presentarles un caso reciente de
esta resistencia, el de la comunidad de Ignacio Zaragoza en el municipio de
Olintla… el 5 de diciembre de 2012 sus habitantes impidieron el ingreso de una
máquina del Grupo México, empresa de otro personaje en el listado vergonzoso de
Forbes como de una los más ricos del mundo: Germán Larrea Mota Velasco, cuyo
fin es construir una carretera al río Ajajalpan, lugar donde se pretendía
construir una hidroeléctrica.
El rechazo y oposición a la hidroeléctrica
surge tanto de la desinformación de las propias autoridades federales, la
SEMARNAT, las estatales y municipales; que con engaños y omisiones, desprecian
los derechos de este pueblo totonaco… para quienes el territorio es fuente de
subsistencia, -incorporado al mercado por medio del café y los productos que de
él obtienen es sobre todo como dador de vida en una visión del mundo-, no es
sólo una relación funcional con la tierra; es fuente de pensamientos y
preocupaciones ante la invasión de la escasa propiedad, pero a su vez es un
llamado a la conciencia, a la actuación para defender el territorio.
En el caso de Olintla, como de muchos otros
poblados totonacos, nahuas y otomís, no son generalizadas las propiedades ejidales
y comunales, más bien son propiedad privada derivada de las acciones liberales
del siglo XIX, que en lenguaje académico actual, se puede definir como una
colonización más, ya que se les expropió su tierra comunal con la Ley de
Desamortización de Bienes eclesiásticos y manos muertas de 1857.
Lo anterior permitió un acaparamiento
excesivo de las tierras en manos de liberales, que a su vez dio origen al
minifundio, situación que permite la acción de empresas mineras y recientemente
la instalación de hidroeléctricas para abastecer de energía a las primeras,
porque no se enfrenta a actores colectivos, como los ejidatario y comuneros.
Por ello la defensa del etnoterritorio es un
asunto de la comunidad; llamo la atención sobre una defensa territorial indígena,
popular, surgida en las bases de la vida comunitaria, no dirigida desde
intelectuales o empresarios, ni por las autoridades municipales. Como en el
caso de Tetela de Ocampo, Zautla, Ixtacamaxtitlán, Olintla, Cuetzalan, Tepetzintla…,
se trata de una irrupción indígena similar a la zapatista, los campesinos de
Atenco o de los purépechas de Cherán, que se enfrentan al Estado, las
organizaciones criminales o al capital privado después de años de colonización
interna.
Así, el etnoterritorio es el arma de descolonización
como queda claramente ilustrado en la comunidad totonaca de Ignacio Zaragoza,
en Olintla, en donde literalmente el pueblo detiene con su cuerpo el paso de la
maquinaria de la empresa Grupo México, ¡por acuerdo de asamblea!
¿Por qué la defensa de la territorialidad? Se
trata de un elemento común: es la defensa de los lugares de siembra, del lugar
que provee vida. Aquí retoma importancia la cosmovisión totonaca que considera
a la tierra la dadora de vida… en un mito totonaca del maíz, es esta semilla quien
da origen a la vida comunitaria; es decir, está en el centro de su reproducción
social.
Pero no es el territorio únicamente pensado
como una fuente de trabajo, es riqueza y, más importante aún, es el origen de
la vida: proporcionan el agua y el maíz. En este sentido, el etnoterritorio es
sagrado, pero a su vez es un arma de lucha. Al igual de lo sucedido en otros
países latinoamericanos, la organización indígena se convierte en el motor de
lucha y muestran la dignidad humana en su oposición a la globalización; a su
vez es ejemplo de lucha social y resistencia étnica.
El etnoterritorio, en su dimensión política
de defensa o de contemplación como territorio sagrado o de origen, no debe
buscar generalizaciones abstractas, debe considerar múltiples situaciones, las
voces de los diferentes actores, que permitan tener un panorama completo de la
diversidad cultural, pues a partir de este elemento identitario otorga un
carácter rebelde y de oposición al capitalismo. Situación que deberá seguirse
con atención y compromiso ante la activación de un movimiento indígena en
defensa de su territorialidad a escala regional.
*Ponencia presentada en el Seminario “Mundos Rurales.
Tierra, Territorios y Territorialidades”, Escuela Nacional de Antropología e Historia,
agosto-noviembre de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario