martes, 21 de enero de 2014

8va Entrega Los Condenados de la Sierra.

Defender el territorio es defender la vida, es defender el kulli nemilixtli o el sumak kawsay.
Irma Estela Aguirre Pérez*
Muchos fueron los aprendizajes que se generaron en el Diplomado para Defensores y Defensoras del Territorio y los DDHH, realizado durante el 2013 en el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural, (CESDER), e impulsado por la Maestría en Desarrollo Rural de la UAM-X, El Centro Universitario para la Prevención de Dedastres Regionales de la BUAP y el Consejo Tiyat-Tlali; el primero, quizá, que defender el territorio es defender una forma de vida, la vida de las comunidades campesina e indígena en la Sierra Norte de Puebla. Una vida en paz, en armonía; así relataron insistentemente los y las participantes:
“…no hay tanta contaminación y dependemos del campo. Se viven valores como la solidaridad, el respeto, la escucha y el diálogo. Nuestras comunidades se organizan principalmente para las fiestas patronales y las faenas. Existe también la mano vuelta principalmente para las actividades del campo.”[1]
El territorio es el espacio donde se reproduce la vida, la tierra donde se producen alimento, la cultura donde se recrean las relaciones entre las personas y las formas en que se organizan, todo ello es el territorio. No es sólo un espacio físico, es el espacio de las relaciones, del lenguaje, de la cultura, de las prácticas de vida que cada grupo tiene. Son los espacios locales que amenazan los megaproyectos con pretendidas promesas de progreso y el discurso del desarrollo.



Las comunidades campesinas e indígenas tienen costumbres y modos de vida propios, ese es su territorio, no quieren el desarrollo que les “promete” la minería  porque las empresas no ven que ahí hay vida, ven lo que se pueden llevar, no ven que hay pueblos que han vivido ahí cientos de años, no ven que esos pueblos han cuidado el agua para subsistir, que han cuidado el bosque, que cuidan sus relaciones a través de vínculos familiares y acuerdos comunitarios, hechos en asambleas. Para las mineras los recursos naturales, como el agua y la tierra, sólo son una mercancía, dinero, recursos para explotar, mientras que para los y las defensoras el agua y la tierra son bienes que nos da la naturaleza, son bienes que se cuidan, se aprovechan, se respetan, no se venden. “Perdónanos Madre Tierra por querer venderte” reza un ritual me´phaa que nos enseñaron en este proceso formativo.
Las empresas solamente quieren más dinero para seguir en el mercado, dicen que con dinero se puede comprar la salud, evitar el cáncer y las otras enfermedades que provocan la contaminación por cianuro, el polvo, la delincuencia y la inseguridad que trae la explotación minera. Aprendimos en el diplomado que ese es el desarrollo que ofrecen y no queremos, queremos salud, trabajo bien pagado, ambiente sano, una vida libre de violencia y maltrato. El desarrollo tan prometido, es el que ha depredado a la tierra, el que tiene a la humanidad al filo del cataclismo, el crecimiento económico que llamamos desarrollo y que en pocas generaciones quemó las reservas de energía fósil que duró cientos de millones de años en generarse; el progreso que ha aumentado las concentraciones de gases de efecto invernadero y provocado el cambio climático, el calentamiento global. El desarrollo tan prometido y de todos tan temido, tiene límites, tiene costos para el Planeta Tierra y la Vida Humana. Costos irreversibles. Eso aprendimos.
Para las empresas mineras “cultivar la tierra y sacar nuestros alimentos” no es importante, lo importante es lo que hay debajo de los terrenos: minerales, petróleo, agua. No les importa la Vida, ni el Planeta. Los poderosos, políticos, grandes empresas, televisoras, mineras, embotelladoras de agua… quienes controlan nuestra economía, necesitan más ganancias, acumular para competir y para seguir existiendo. Para ellos el dinero es como una droga, necesitan tener dinero, ganancia, por eso saquean a los pueblos, los despojan de sus recursos que les cuestan muy poco y  venden a precios muy altos. Esto se llama acumulación por desposesión o por despojo. Ese es el desarrollo que nos quieren vender, el que nos imponen, el neoliberalismo, el capitalismo.
¿Existe otro desarrollo?, ¿existe un desarrollo humano, que no anteponga el dinero a la vida?, ¿existe un desarrollo sustentable que cuide la vida para las generaciones presentes y futuras? Existen formas de vida diferentes, culturas diferentes, territorios diferentes donde se vive sin grandes consumos de energía, donde la gente se alimenta de lo que produce y no de las mercancías que cuesta más trasladar a los grandes supermercados, que producir. Existen formas de vida que casi no generan desechos; formas de vida buena que no se llaman desarrollo porque no buscan la fuga hacia delante de los “países desarrollados”, porque no están en la competencia por alcanzar al “primer mundo”. Son formas propias de entender la vida, el tiempo, la relación con los otros y las otras. No entienden la vida como una línea hacia el consumismo de los países desarrollados, tecnificados, modernizados. Eligen su tradición, su tiempo, su territorio, que es el territorio de todos, el Planeta Tierra, la vida. Es el sumak kawsay, el buen vivir o bien estar, kualli nemilixtli, que surge como alternativa ante el capitalismo neoliberal y la globalización del despojo.
Muchas poblaciones campesina e indígenas son testimonio de ello, han vivido en contacto continuo con la naturaleza y saben respetarla, han vivido en comunidad y saben respetar-se, saben de consensos, de bien común, saben que el amor y la vida no se compran; tienen otra lógica que la del capitalismo, que la de la acumulación, tienen la lógica del bienestar. Así aprendimos,
la lógica “campesina consiste precisamente en poner el bienestar comunitario y familiar por encima de la ganancia. Es justamente la idea de bienestar colectivo, un principio que guía la relación con la naturaleza, la forma en que se produce, la forma en que se consu­me, en que se come, la forma en que se relacionan las personas.”[2]
Esta es la pugna por el territorio, entre la gente que se orientan por las leyes de la naturaleza y las empresas que la quieren dominar, entre las sociedades comunitarias y las sociedades individualistas. Es un enfrentamiento entre la vida, el territorio, y el desarrollo que nos quieren imponer, esta forma moderna de conquista y saqueo. Es una disputa por el país. Se dice que la minería extractiva vale porque que van a generar empleos, pero actualmente la verdad es que sólo están generando 107 mil empleos, 0.226 de todo el empleo que hay en el país, y al mismo tiempo desaparece otras actividades que no son compatibles con estos proyectos: el ganado se muere, la fauna natural, los peces, las maquinas afectan las casas, las carreteras.
La minería afecta la salud, la producción, el trabajo, la paz, el agua, el aire, viola los derechos humanos, los derechos de la tierra, los derechos ambientales, signados en pactos internacionales y en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Más del 30% del territorio mexicano tiene concesiones mineras y se sabe que el 70%, tiene “potencial para la minería”, lo que pone en riesgo nuestro derecho a la alimentación, porque México solamente puede producir alimentos en el 80% de su territorio. El Artículo 4° de la Constitución mandata este derecho, ahí también están los derechos de protección de la salud, a un medio ambiente adecuado para el desarrollo de las personas y su bienestar, a una vivienda digna y decorosa, a la satisfacción de las necesidades de la niñez, son derechos que el gobierno de México firmó en el  Pacto de Derechos Económicos Sociales y Ambientales, DESCA, y que los proyectos mineros en la Sierra Norte están amenazando.
Para extraer oro las empresas demuelen grandes extensiones de cerros donde hay bosque y se cosecha agua, donde se produce maíz, maguey, pastan vacas y cabras, se dan hongos y hierbas medicinales, habitan decenas de aves, zorros, jabalís, kojolites. Gastan millones de litros de agua al día (en Cerro de San Pedro, por ejemplo, la Minera San Xavier utiliza 32 millones de litros de agua al día mezclados con 16 toneladas de cianuro, es decir que en una hora esta mina consume el agua que utiliza una familia durante 10 años).
La imposición de los proyectos de mineras e hidroeléctricas vulneran los derechos de la gente a la tierra, la vida, la consulta y la información, la alimentación a un medio ambiente sano, a la cultura, el derecho a la autonomía a la auto determinación de los pueblos, el derecho a  decidir, a la seguridad, a la igualdad y a la diversidad, a la multiculturalidad. Transgreden artículos constitucionales apoyados en un ley secundaría, la Ley de Minería que en su artículo 6º  declara la actividad minera como de utilidad pública, preferente a cualquier otra actividad y libre de contribuciones estatales o municipales.
¿A quién se le ha informado? a las comunidades de la Sierra Norte no, y tenemos derecho a ello, derecho a la información y a la consulta. Aprendimos que el Convenio 169, en su artículo 6° propone, los gobiernos deberán:
a) consultar a los pueblos interesados, mediante procedimientos apropiados y en particular a través de sus instituciones representativas, cada vez que se prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarles directamente;

Eso aprendimos, y más…
* Centro de Estudios para el Desarrollo Rural






[1][1] Diplomado para Defensores y Defensoras del Territorio y los Derechos Humanos, Puebla, México, 2013
[2] Seminario de mujeres rural y soberanía alimentaria de la campaña Sin maíz no hay país, Mujeres rurales y crisis alimentaria, Diagnóstico y propuestas, México 2010.

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