Defender el territorio es defender la vida, es defender el kulli nemilixtli o el sumak kawsay.
Irma Estela Aguirre Pérez*
Muchos fueron los aprendizajes que se generaron en el Diplomado para
Defensores y Defensoras del Territorio y los DDHH, realizado durante el 2013 en
el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural, (CESDER), e impulsado por la
Maestría en Desarrollo Rural de la UAM-X, El Centro Universitario para la
Prevención de Dedastres Regionales de la BUAP y el Consejo Tiyat-Tlali; el
primero, quizá, que defender el territorio es defender una forma de vida, la
vida de las comunidades campesina e indígena en la Sierra Norte de Puebla. Una
vida en paz, en armonía; así relataron insistentemente los y las participantes:
“…no hay
tanta contaminación y dependemos del campo. Se viven valores como la
solidaridad, el respeto, la escucha y el diálogo. Nuestras comunidades se
organizan principalmente para las fiestas patronales y las faenas. Existe
también la mano vuelta principalmente para las actividades del campo.”[1]
El territorio es el espacio donde se reproduce la
vida, la tierra donde se producen alimento, la cultura donde se recrean las
relaciones entre las personas y las formas en que se organizan, todo ello es el
territorio. No es sólo un espacio físico, es el espacio de las relaciones, del
lenguaje, de la cultura, de las prácticas de vida que cada grupo tiene. Son los
espacios locales que amenazan los megaproyectos con pretendidas promesas de
progreso y el discurso del desarrollo.
Las comunidades campesinas e indígenas tienen
costumbres y modos de vida propios, ese es su territorio, no quieren el
desarrollo que les “promete” la minería porque las empresas no ven que ahí hay vida,
ven lo que se pueden llevar, no ven que hay pueblos que han vivido ahí cientos
de años, no ven que esos pueblos han cuidado el agua para subsistir, que han
cuidado el bosque, que cuidan sus relaciones a través de vínculos familiares y
acuerdos comunitarios, hechos en asambleas. Para las mineras los recursos
naturales, como el agua y la tierra, sólo son una mercancía, dinero, recursos
para explotar, mientras que para los y las defensoras el agua y la tierra son
bienes que nos da la naturaleza, son bienes que se cuidan, se aprovechan, se
respetan, no se venden. “Perdónanos Madre
Tierra por querer venderte” reza un ritual me´phaa que nos enseñaron en este proceso formativo.
Las
empresas solamente quieren más dinero para seguir en el mercado, dicen que con
dinero se puede comprar la salud, evitar el cáncer y las otras enfermedades que
provocan la contaminación por cianuro, el polvo, la delincuencia y la
inseguridad que trae la explotación minera. Aprendimos en el diplomado que ese es
el desarrollo que ofrecen y no queremos, queremos salud, trabajo bien pagado,
ambiente sano, una vida libre de violencia y maltrato. El desarrollo tan
prometido, es el que ha depredado a la tierra, el que tiene a la humanidad al
filo del cataclismo, el crecimiento económico que llamamos desarrollo y que en pocas
generaciones quemó las reservas de energía fósil que duró cientos de millones
de años en generarse; el progreso que ha aumentado las concentraciones de gases
de efecto invernadero y provocado el cambio climático, el calentamiento global.
El desarrollo tan prometido y de todos tan temido, tiene límites, tiene costos
para el Planeta Tierra y la Vida Humana. Costos irreversibles. Eso aprendimos.
Para
las empresas mineras “cultivar la tierra y sacar nuestros alimentos” no es
importante, lo importante es lo que hay debajo de los terrenos: minerales, petróleo,
agua. No les importa la Vida, ni el Planeta. Los poderosos, políticos, grandes
empresas, televisoras, mineras, embotelladoras de agua… quienes controlan
nuestra economía, necesitan más ganancias, acumular para competir y para seguir
existiendo. Para ellos el dinero es como una droga, necesitan tener dinero,
ganancia, por eso saquean a los pueblos, los despojan de sus recursos que les
cuestan muy poco y venden a precios muy
altos. Esto se llama acumulación por desposesión o por despojo. Ese es el
desarrollo que nos quieren vender, el que nos imponen, el neoliberalismo, el
capitalismo.
¿Existe
otro desarrollo?, ¿existe un desarrollo humano, que no anteponga el dinero a la
vida?, ¿existe un desarrollo sustentable que cuide la vida para las
generaciones presentes y futuras? Existen formas de vida diferentes, culturas
diferentes, territorios diferentes donde se vive sin grandes consumos de
energía, donde la gente se alimenta de lo que produce y no de las mercancías
que cuesta más trasladar a los grandes supermercados, que producir. Existen
formas de vida que casi no generan desechos; formas de vida buena que no se
llaman desarrollo porque no buscan la fuga hacia delante de los “países
desarrollados”, porque no están en la competencia por alcanzar al “primer
mundo”. Son formas propias de entender la vida, el tiempo, la relación con los
otros y las otras. No entienden la vida como una línea hacia el consumismo de
los países desarrollados, tecnificados, modernizados. Eligen su tradición, su
tiempo, su territorio, que es el territorio de todos, el Planeta Tierra, la
vida. Es el sumak
kawsay, el buen vivir o bien estar, kualli nemilixtli, que surge como
alternativa ante el capitalismo neoliberal y la globalización del despojo.
Muchas
poblaciones campesina e indígenas son testimonio de ello, han vivido en
contacto continuo con la naturaleza y saben respetarla, han vivido en comunidad
y saben respetar-se, saben de consensos, de bien
común, saben que el amor y la vida no se compran; tienen otra lógica que la del
capitalismo, que la de la acumulación, tienen la lógica del bienestar. Así
aprendimos,
la lógica
“campesina consiste precisamente
en poner el bienestar comunitario y familiar por encima de la ganancia. Es
justamente la idea de bienestar colectivo, un principio que guía la relación
con la naturaleza, la forma en que se produce, la forma en que se consume, en
que se come, la forma en que se relacionan las personas.”[2]
Esta es la pugna por el territorio, entre la gente que se orientan por las leyes
de la naturaleza y las empresas que la quieren dominar, entre las sociedades
comunitarias y las sociedades individualistas. Es un enfrentamiento entre la
vida, el territorio, y el desarrollo que nos quieren imponer, esta forma
moderna de conquista y saqueo. Es una disputa por el país. Se dice que la
minería extractiva vale porque que van a generar empleos, pero actualmente la
verdad es que sólo están generando 107 mil empleos, 0.226 de todo el empleo que
hay en el país, y al mismo tiempo desaparece otras actividades que no son
compatibles con estos proyectos: el ganado se muere, la fauna natural, los
peces, las maquinas afectan las casas, las carreteras.
La minería afecta la salud, la producción, el trabajo, la paz, el agua,
el aire, viola los derechos humanos, los derechos de la tierra, los derechos
ambientales, signados en pactos internacionales y en la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos. Más del 30% del territorio mexicano tiene
concesiones mineras y se sabe que el 70%, tiene “potencial para la minería”, lo
que pone en riesgo nuestro derecho a la alimentación, porque México solamente puede
producir alimentos en el 80% de su territorio. El Artículo 4° de la
Constitución mandata este derecho, ahí también están los derechos de protección
de la salud, a un medio ambiente adecuado para el desarrollo de las personas y
su bienestar, a una vivienda digna y decorosa, a la satisfacción de las necesidades
de la niñez, son derechos que el gobierno de México firmó en el Pacto de Derechos Económicos Sociales y
Ambientales, DESCA, y que los proyectos mineros en la Sierra Norte están
amenazando.
Para extraer oro las empresas demuelen grandes extensiones
de cerros donde hay bosque y se cosecha agua, donde se produce maíz, maguey,
pastan vacas y cabras, se dan hongos y hierbas medicinales, habitan decenas de
aves, zorros, jabalís, kojolites. Gastan millones de litros de agua al día (en Cerro
de San Pedro, por ejemplo, la Minera San Xavier utiliza 32 millones de litros
de agua al día mezclados con 16 toneladas de cianuro, es decir que en una hora
esta mina consume el agua que utiliza una familia durante 10 años).
La imposición de los proyectos de mineras e hidroeléctricas
vulneran los derechos de la gente a la tierra, la vida, la consulta y la información,
la alimentación a un medio ambiente sano, a la cultura, el derecho a la
autonomía a la auto determinación de los pueblos, el derecho a decidir, a la seguridad, a la igualdad y a la
diversidad, a la multiculturalidad. Transgreden artículos constitucionales
apoyados en un ley secundaría, la Ley de Minería que en su artículo 6º declara la actividad minera como de
utilidad pública, preferente a cualquier otra actividad y libre de
contribuciones estatales o municipales.
¿A quién
se le ha informado? a las comunidades de la Sierra Norte no, y tenemos derecho
a ello, derecho a la información y a la consulta. Aprendimos que el Convenio
169, en su artículo 6° propone, los
gobiernos deberán:
a) consultar a los pueblos interesados, mediante
procedimientos apropiados y en particular a través de sus instituciones
representativas, cada vez que se prevean medidas legislativas o administrativas
susceptibles de afectarles directamente;
Eso
aprendimos, y más…
* Centro de Estudios para el
Desarrollo Rural
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