Clasificaciones del poder y resistencia en la Sierra
Norte de Puebla
Sergio Enrique Hernández Loeza*
¿Superioridad?¿Inferioridad?
¿Por qué no simplemente
intentar tocar al otro,
sentir al otro, revelarme al otro?
Frantz Fannon. Piel negra,
máscaras blancas.
Los seres humanos tendemos a clasificar
al mundo. Damos nombre a lo que nos rodea, creando así identidades asociadas a
características que se comparten o no. Por ejemplo, desde el pensamiento
occidental se distingue entre la sociedad y la naturaleza, asignándosele a la
sociedad características que hablan de seres pensantes, ordenados y creadores,
mientras que a la naturaleza se le concibe como un ámbito sin vida, carente de
orden y dispuesto para ser usado por los seres humanos. Pero esta forma de
clasificar a la sociedad y a la naturaleza como dos esferas diferentes no es
universal para toda la humanidad: existen grupos humanos que conciben a la
llamada sociedad y a la llamada naturaleza como coparticipes de características
que occidente asigna exclusivamente a la sociedad.
El problema es que occidente ha
tratado de llevar a todos los rincones del planeta su forma de pensar,
principalmente a través de la institución escolar, haciendo pasar por verdades
universales sus formas de clasificación. Pero aún más, esta clasificación que
diferencia a la sociedad de la naturaleza es usada también para distinguir
grupos humanos. Así, por ejemplo, durante la época colonial se hablaba de los
“naturales” “descubiertos” por los europeos en el territorio que llamaron
América, haciendo uso de la palabra natural para asociar sus formas de vida y
organización al orden del caos no humano. Entonces, el mundo europeo-occidental
hizo circular la versión de que la única forma “civilizada” de vivir era la
suya, construyendo la idea de que la meta de todo ser humano debería ser el
“progreso”, asociado a conseguir los elementos de la forma de vida occidental
caracterizada por la individualización, la tecnificación y la ganancia
económica.
En la actualidad se ve como
equivocadas a las personas que no buscan el “progreso”, se les concibe como
gente que se quedó en épocas pasadas de la evolución humana. Ser buen ciudadano
o ciudadana se vincula con seguir las normas vinculadas al logro de una forma
de vida que nos han vendido como deseable. Las personas que disienten o piensan
diferente son vistas entonces como “raras”, “revoltosas”, “atrasadas” y/o “incivilizadas”.
Este tipo de clasificaciones son
fácilmente visibles en lugares como la Sierra Norte de Puebla, región interétnica
en la que desde el inicio de la colonización las formas de vida de los pueblos
nahua, totonaco, otomí y tepehua han sido clasificados como “atrasados”, bajo
la lógica del uso de los recursos naturales para el logro, exclusivamente, de
beneficios económicos. En la actualidad, ante la promoción de diversos proyectos de muerte (que incluyen la
explotación petrolera y minera, la construcción de presas hidroeléctricas y la
construcción de ciudades rurales) su forma de vida es atacada por considerarla
ajena a la lógica del “progreso”. Se crean entonces clasificaciones que tienen
su cimiente en otras tan añejas como la distinción entre sociedad y naturaleza.
Quienes están a favor de los
proyectos de muerte se ubican entonces en el ámbito de la sociedad, porque
consideran que son seres pensantes, ordenados y creadores; mientras que quienes
se oponen son ubicados en el ámbito de la naturaleza pues sus argumentos son
clasificados como carentes de orden y lógica, al defender algo que no tiene
vida y que está ahí para ser usado por los seres humanos. Pero aún más, se ve a
las personas que se oponen a los proyectos
de muerte como “necias”, “revoltosas” e “irracionales”.
Ésta estrategia de clasificar para
deslegitimar ha sido usada siempre por quienes tienen poder, para señalar a
quienes les parecen peligrosos y se oponen a sus intereses y así poder generar
una percepción social que concibe a quienes piensan y actúan diferente como
peligrosos: “miedo a los otros, costumbres distintas / poder, necesitas de
nombres / disfraces y reglas, clasificaciones / vivir entre segregaciones”[1].
En la Sierra Norte de Puebla se está
dando un proceso organizativo que ha sido capaz de identificar este tipo de
estrategias del poder, y por lo tanto fundamenta su accionar en el necesario
trabajo comunitario. El surgimiento del Consejo
Tiyat Tlali -que ha logrado conjuntar en su seno a múltiples organizaciones
con amplio trabajo en la región-, así como la consolidación del proceso de resistencia
de las comunidades de Olintla a través de la creación de Makxtum kalaw chuchutsipi, son claras muestras de este trabajo. Indudablemente
siempre habrá contradicciones y dificultades en los procesos organizativos,
pero son inherentes a la misma existencia humana. Lo importante es el camino
emprendido y reconocer el escenario y las técnicas de deslegitimación del
poder.
Francisco López Barcenas, abogado
mixteco, señala que nos encontramos en el cuarto ciclo de colonización de los
indígenas, caracterizado por “el predominio del capital transnacional inclusive
por encima del poder soberano de los Estados nacionales”[2].
Los intereses en juego son, por lo tanto, muchos y poderosos. En este sentido,
es importante avanzar en la vía de la defensa legal, porque como señala López
Barcenas, los procesos de resistencia de los pueblos indígenas “…han aprendido
que el discurso legítima, por eso en lugar de dejarlo todo a sus adversarios se
apropia de él y lo usan en su beneficio…”. Además de ésta vía legal, la resistencia
puede tomar muchos derroteros, y todos, sin duda, serán clasificados
negativamente desde el poder, porque esa es su vocación. Pero su fortaleza está
en la legitimidad que dan las decisiones y la participación comunitaria. En la
construcción de un movimiento de resistencia fuerte, plural, que reconoce en su
interior las contradicciones y actúa más allá de las clasificaciones del poder,
hay un espacio de esperanza. La cuestión radica en que el poder quiera intentar
“tocar al otro, sentir al otro, revelar(s)e al otro”.
* UIEP / PIRED
A. C. / Estudiante del Posgrado en Estudios Latinoamericanos, UNAM.
Excelente reflexión. Es una oportunidad para advertir cómo cargamos con esquemas mentales construidos desde fuera. Un un lastre colonial que nos agobia. Nos vemos afectados por cómo los otros nos ven, definen, clasifican; lo peor es cuando lo aceptamos y asumimos esas posiciones de minusvalía social e incluso que se refleja en el comportamiento social y hasta corporal. Invito a docentes, sociólogos, psicólogos, lingüistas y demás profesionales a dar su parecer.
ResponderEliminarLa resistencia cómo se muestra ahora...tenemos una corpora interesante a través de las redes sociales. Vamos a iniciar una pesquisa seguramente nos vamos a sorprender.
Felicito al autor el antropólogo/maestro Sergio Hernández Loeza. Gracias!!!!!!
"Occidente ha tratado de llevar a todos los rincones del planeta su forma de pensar, principalmente a través de la institución escolar", afirma el Mtro. Sergio Hernández Loeza.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. Añado que, en mi opinión, de ello no se salva ninguna educación escolarizada, ni siquiera la bicultural-bilingüe de la educación básica o la intercultural de la educación superior.
Añado una corrección. La afirmación de que en Occidente "a la naturaleza se le concibe como un ámbito sin vida" es claramente errónea.
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