Vemos crecer, a la par 
de la política de entrega de nuestros recursos naturales al mejor 
postor, procesos de resistencia de los pueblos que se oponen a ello. Las
 dependencias encargadas de regular el uso del suelo para evitar mayores
 desgracias del medio ambiente, la Semarnat especialmente, parecen, por 
el contrario, representantes, gestores de las empresas que pretenden 
instalar minas a cielo abierto, hidroeléctricas en las mejores 
subcuencas del país, o instalaciones para desplazar fluido hasta las 
gasoeléctricas. No hay Estado para defender a la gente de esto que es a 
todas luces un consistente proceso de devastación. Las comunidades se 
están defendiendo por su cuenta, con las armas de su historia y 
tradición.
En la Sierra Norte de Puebla se ha desatado una ofensiva de las mineras por explotar los recursos que están debajo de la riqueza biótica extraordinaria, sólo equiparable a la riqueza cultural de esos pueblos. Ofensiva mixta, por cierto, porque simultáneamente se habla de construir hidroeléctricas que soporten el proceso de producción minera.
Hay buen número de reacciones exitosas ante este embate; las desplegadas en Olintla, Zautla y Tetela, por ejemplo. Hay organizaciones diversas que encuadran la resistencia, pero vale la pena mencionar, por su relevancia, a Tiyat Tlali, que agrupa a las organizaciones serranas más importantes y mantiene cohesión y acciones constantes.
Existe un caso especial a resaltar, por ejemplar. Hace unos años, Víctor Toledo escribió en estas mismas páginas un artículo que tituló:
El modelo Cuetzalan. Lo usó para mostrar la posibilidad de organización a partir de la constitución de un ordenamiento territorial fincado en la organización de los pobladores.
El viernes pasado, el proceso cuetzalteco tuvo un pico: el presidente municipal Óscar Paula, con sólo 49 días en el mando, se comprometió con una representación del Comité del Ordenamiento Territorial Integral del Cuetzalan a no autorizar la instalación de ninguna mina ni hidroeléctrica. En la asamblea estaba la representación de este que es el órgano de conducción de los ordenamientos ecológico y urbano, los representantes de las juntas auxiliares –subdivisiones de los municipios en Puebla– y las personas elegidas en asambleas como representantes de los comités del agua de más de 20 comunidades, casi todas indígenas masehuales.
La Secretaría de Economía y la Semarnat autorizaron la 
exploración de minerales en Cuetzalan, Zacapoaxtla y Tlatlauquitepec, 
sin que mediara consulta alguna con los pueblos. La delegada de Semarnat
 en Puebla, Daniela Migoya Mastretta, niega que exista permiso, pero en 
la gaceta oficial de su dependencia está bien acreditada su existencia 
en favor de la Minera Autlán.
El alcalde, una vez convencido por el comité del ordenamiento de la 
existencia de los permisos, fue contundente en la asamblea: si mi 
pueblo, representado por ustedes –dijo–, se opone a las minas y otros 
proyectos, yo me opongo también. Más aún, pidió a la gente no vender ni 
rentar sus tierras a estas compañías.
Este es el resultado de una larga tradición organizativa de los 
cuetzaltecos, expresada en la existencia de organizaciones sociales bien
 fincadas en la población, como la Masehual Zihuame o la Tosepan 
Titataniske. El proceso de construcción de este ordenamiento territorial
 se basó en la participación ciudadana desde la etapa de caracterización
 y diagnóstico, y la propuesta de modelo se llevó de nuevo a las 
asambleas –más de 14 en cada ocasión– para que lo aprobaran. Esto hizo 
del ordenamiento un instrumento de todos, conocido y defendido por 
todos. La Universidad Autónoma de Puebla condujo técnicamente el 
proceso.
El jueves pasado, los diputados Ricardo Monreal y Zuleima Huidobro, 
con información de los integrantes del comité del ordenamiento 
cuetzalteco, presentaron un punto de acuerdo en la cámara para que se 
investigue qué está pasando con las mineras, y el particular con este 
caso.
La fuerza legal del ordenamiento se expresa en el manifiesto de 
impacto ambiental que Pemex presentó para explotar una larga franja que 
va desde la costa a las montañas del oriente mexicano: Cuetzalan es un 
punto que no se puede tocar –dice– tiene un ordenamiento ecológico que 
lo prohíbe.
Hay muchas formas de defender el territorio, desde luego. Esta es 
una de ellas, fincada en la legislación vigente pero afianzándola en la 
población.
* Director de La Jornada de Oriente
 
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